LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE CRISTO, EN LA CRUZ



INTRODUCCIÓN

Las últimas palabras de un ser humano, revelan lo que hay en su corazón, revelan lo que son. Esta noche nos avocaremos, sólo a las últimas siete palabras de Jesús. Las pronunció, estando en la cruz desde las 9 de la mañana, hasta las 3 de la tarde. 
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:24)

La primera palabra fue pronunciada después de que Jesús fuese clavado, y sus vestidos, repartidos. Claramente, la primera palabra en la cruz, no fue de condenación, sino de perdón y misericordia. Jesús no estuvo cargado de enojos; todo lo contrario. No profirió juicio o maldiciones sobre sus castigadores, al contrario, pidió perdón para ellos (aunque el contexto pareciera sugerir que es para los soldados romanos, en realidad es, para todos nosotros).
Aplicación. He visto personas maldecir amargamente a otros, antes de morir. He visto inocentes clamar por justicia y misericordia, en su agonía. Jesús, el Salvador, el Dios con nosotros, nos perdonó de la más grave injuria y pecado: matarlo a él, con nuestros pecados. 

«En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lucas 23:43)

Estas palabras se las prometió al ladrón arrepentido, el que estuvo a la derecha. Este hombre, en los descuentos de su vida, supo entender quién era Jesús. No lo habían entendido los grandes líderes: los sumo sacerdotes; ni los eruditos de la Ley mosaica: los escribas; ni los religiosos: los fariseos. Un simple ladrón le dijo: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» Estas palabras están llenas de fe, a diferencia del otro ladrón y del resto del pueblo, que le decían: «Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros» (v. 39). Él pidió para el futuro y el Señor le respondió: «hoy mismo». 
Aplicación. El Señor no posterga la salvación, la da en cuando uno la pide con un corazón arrepentido. Hoy es el día para el perdón, mañana, puede ser tarde.

«¡Mujer, he ahí tu hijo! ¡He ahí tu madre!» (Juan 19:26-27)

Son las palabras de un hijo, preocupado por el sustento de mamá. Aparentemente, Jesús era el sustento de su madre, que, para ese momento, parece haber enviudado, pues no hay menciones a José. En la cruz, Jesús no se olvidó de los que amaba. Encargó a su discípulo amado el cuidado de mamá. A partir de ese momento, Juan se encargaría de velar por las necesidades de María.
Aplicación. La honra y el cuidado de los padres en la vejez, es un ejemplo que Jesús nos dejó. No se fue, sin antes asegurarse que alguien cuidaría a su madre. Haz tu lo mismo.  


«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46)

Jesús nos deja ver su humanidad completa, al sentirse como abandonado por su padre. Siempre he pensado en la profundidad de estas palabras. Son las palabras de un hijo hacia su padre, haciéndole una pregunta con mucho sentimiento. Si el abandono u olvido de otros, nos produce dolor, imaginemos el abandono de un padre. Experimentar el abandono de un padre, sin duda produce un gran dolor. El resultado es, la soledad absoluta. Dios quiso sujetarlo a padecimiento (Isaías 53:10), lo abandonó temporalmente, para que el dolor de Jesús, reemplace al nuestro.
Aplicación. Aunque Dios no nos abandona, a veces tendremos la sensación de que es así. No te preocupes ni tengas miedo, Dios nunca te dejará, ni te desamparará.

«Tengo sed» (Juan 19:28)

Del dolor del alma, pasamos al dolor del cuerpo: Jesús siente sed. Hay que recordar que Jesús no había bebido nada desde la última cena, el jueves por la noche. Estamos ya en viernes, pasado el mediodía. Además, sus llagas y probablemente la fiebre, debieron haber causado una gran sed. Su cuerpo está cansado del dolor del alma y del cuerpo, aun con sed, sigue firme en su propósito de salvar a la humanidad. Le dieron un vino agrio y barato que utilizaban los soldados. Fue tanta su sed, que esta vez sí lo tomó (v. 30a).
Aplicación. Valora el sacrificio de Cristo. Con todo lo vivido hasta aquí, no desiste, no se rinde ante el dolor ni la sed; y todo, por amor a ti.

«Consumado es» (Juan 19:30) 

Esta palabra griega se ha encontrado en algunos papiros que se utilizaban en los tiempos de Jesús, como recibo de pagos de los impuestos, para indicar que se había hecho un pago total de la deuda. Jesús al ser crucificado, pagó todas las cuentas y nuestras deudas en la cruz. Al decir «consumado es», en realidad estaba diciendo que, no solamente la tarea de redención estaba siendo terminada, sino que ya no tenemos más deuda por el pecado ante Dios. 
Aplicación. ¡Qué obra maravillosa! Tanto amor, tanta misericordia, tanta bondad. Qué difícil entender esta maravillosa obra de Jesús, porque nosotros los seres humanos, no somos así. Juramos venganza para nuestros verdugos. Jesús pagó la deuda, ya está. Ahora solo tienes que aceptarle como tu Señor y Salvador. 

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23:46)

Esta palabra parece ser la última que Jesús pronuncia. Con su última palabra en la cruz, llega el momento cumbre de la obra redentora de Cristo: su muerte en la cruz. Una vez terminada su obra, al pagar la cuenta por nuestros pecados, Jesús entrega su espíritu voluntariamente. Mateo (27:50) nos dice que Jesús, con su última palabra, «entregó su espíritu», dándonos la idea que fue un acto consciente, voluntario y bajo su absoluto control. Lucas (23:46) nos da la misma idea, sólo que agrega un dato interesante, Jesús entregó su espíritu a su Padre, no a la muerte, ni a la tumba, ambas no tenían ningún poder sobre él. Él era sacrificio y ofrenda para su Padre y por nosotros, era comprensible entonces que, al apagársele la vida, en cumplimiento a su misión, ofrendara su vida ante su Padre. Juan (10:18) nos recuerda las palabras de Jesús, aún en vida, cuando dijo: «Nadie me la quita [su vida], sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi padre».

Sus ojos cansados por fin se cerraron, pero sólo será por unos días. Al tercer día resucitará, como un general victorioso pisoteará a la muerte, al pecado y a la condenación eterna. Su muerte nos dio vida y vida en abundancia.

CONCLUSIÓN

En esta fecha el sacrificio, el sufrimiento y la muerte de Cristo son recordadas en todo el planeta. El mundo llora, como las mujeres de Jerusalén cuando Jesús iba al Gólgota (Lc.23:27), pero eso no significó una adhesión de fe al Mesías. A diferencia del mundo, la iglesia le llora y le adora; renueva su fe en él, le agradece y proclama acerca del perdón de pecados en Cristo Jesús.

La pregunta ineludible que tenemos que hacernos esta noche es: ¿para qué murió Jesús?, la respuesta es para que tengamos vida; ¿por qué sufrió en la cruz?, para que nosotros no suframos eternamente por causa de nuestro pecado; ¿por qué, siendo justo, tuvo que ser condenado?, para que nosotros los condenados seamos declarados justos. El lamento por su muerte no tiene sentido sino va acompañado de un arrepentimiento sincero. Lo que Dios desea no es nuestro lamento, él quiere que nos rindamos a su hijo Jesucristo, en quien hay perdón de pecados. La muerte de Cristo tuvo un propósito: salvarte. Fuera de él no hay salvación, las buenas obras no bastan, no basta tampoco rezarle a un santo, ni a una santa, ni a su madre María, sólo a Cristo. No regreses a casa sin haberle recibido como Señor y Salvador de tu vida. Si ya eres un creyente, que la cruz de Cristo te impulse a tomar tu cruz cada día, a negarte a ti mismo y seguirle con alegría y fidelidad. 
AMÉN. 

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